Xtreme Heat


Yo soy un hombre simple, y presumo de ello tanto como de ser castellano. Soy un hombre simple al que las pulsiones más comunes no afectan demasiado. Lo hacen otras cosas. Rayo en la indignación ante temas sobados, y me disculpo cuando eso ocurre alegando que estoy "demasiado cafeinado". Así, tal cual. Pero hay, en el fondo y de verdad, pocas cosas que me indignen sobre manera, que me desencajen la cara, que me muden el carácter, que me hagan fantasear con sueños que parecieran inducidos por el hachís.

Podría, claro, ponerme cosmopolita y pagado de mí mismo y recordar el trópico y los huracanes. Pero no sólo entonces han resbalado hacia abajo mis gafas por mi nariz. También lo hacían en la quinta planta sin ascensor y bajo cubierta en la que viví cinco veranos. Cinco veranos con la espalda pegada al skay de un sofá más viejo que yo. Pero uno ya se quiere sentir del Primer Mundo y, claro, aunque la sensación fuera la misma, prefiere recordar cuando se quedó parado de pie como un poste en Orlando, durante unos instantes eternos en los que hasta el olfato enloqueció. Eso fue una vez y queda lejos: ahora, no me siento culpable y destrozo el ozono a fuerza de climatizador. Y sin siquiera pensar que es mejor destrozar el ozono que la cara del de enfrente y mi certificado de penales. El solsticio de verano es, para mí, el comienzo de la temporada de abusar del freno de mano y esperar, así, a que el de enfrente se baje y molernos a golpes como bastonazos de Goya. Aunque también la temporada de caer en la mitomanía y soñar con praderas irlandesas en las que nunca deja de llover y, sobre todo, la temperatura no pasa de los veinte grados y el freno de mano sólo se usa para dejar pasar a los rebaños de ovejas.
Me pongo, sí, cosmopolita, pero no espléndido: podría decir que me sentiría más a gusto en el mundo sin Sarkozy cuando, de verdad, como me sentiría más a gusto sería sin el verano.

¿He dicho que presumo de simple y castellano?

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