Murió Delibes

No soy la única persona de mi entorno en lamentar de verdad la muerte de Delibes. Como una pérdida propia y cercana: una pérdida que va más allá de la que genera el mero afecto, o la simpatía: la pérdida de alguien a quien se quiere. Muchísima más gente aún ha leído algunos, o muchos, libros suyos. Novelas, diarios, misceláneas que han enriquecido nuestra vida de ese modo tan particular con que lo hacen las historias de otros. La mía, también, y mucho. Ese delibes mío está anotado en otra libreta que no es esta, una donde sólo cabe lo importante. Hoy el tópico es válido: se va el autor pero nos deja su obra, que es como si no se fuera. Es cierto. De mi vida no se va a ir nunca, y de la de muchos de quienes me rodean, tampoco. Delibes nos deja muchas cosas, muchísimas. Todas las que recordamos de su obra, de su persona, todo lo que dicen los periódicos es verdad. Y Castilla tampoco se va, Castilla existe porque él nos la ha contado. Sin Delibes escribiendo, Castilla sería otra Castilla. La conocemos así porque él, periodista además de raza, nos la ha contado así, tal como era -y sigue siendo, en lo fundamental. Las obras de Delibes transcurren, casi todas, en una Castilla  en la que cabían todas las dehesas belloteras extremeñas y las vegas levantinas y las avenidas del mundo entero, España incluida -ya no: eso se terminó. Por una vez, el tópico nos consuela.

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