Ya no hay esplendor en Cleveland

La expresión pass away tiene un algo de poesía, un traje de susurro de cadencia apropiada para según qué personas; a otras les pinta más morir. A Harvey Pekar, no: él simplemente dejó de vivir, y el tópico también se cumple en que él y todo lo que fue queda en su obra (autobiográfica, como todas). A Harvey Pekar la vida le atizó lo suficiente, y por eso agradecía tanto el que los tebeos que hizo con Robert Crumb se convirtieran en una película y eso trajera aparejado tanto un reconocimiento unánime de su talento como algunos grandes con los que conciliar antes el sueño, comprar jazz y tebeos y enjugar, desde una mejor localidad, la decadencia de los Indians de Cleveland, su ciudad, un lugar tan bueno como cualquier otro -aunque en un primer momento pueda no parecérselo a un observador despistado o un viajero con demasiada sed y poco tiempo- para contar en tebeos de qué va esa vida. Tebeos realistas, me recalcaba una y otra vez cuando le entrevisté hace unos años. Tebeos que contaban tal cual era su vida como un hombre trabajador en Cleveland, un obrero. “De eso se ha escrito muy poco, ni siquiera en la literatura”, me aseguraba, feliz por poder trabajar de nuevo con un Robert Crumb que había cambiado hacía ya mucho tiempo los dinners de Euclid Avenue que frecuentaban por el aroma a lavanda del sur de Francia. De todos los proyectos que la fama le puso en la mesa, el que más le entusiasmaba era el de contar la biografía de un ruso de Brooklyn que conoció en el metro de Nueva York: nunca lo llevó a cabo. El metro de Nueva York está repleto de rusos interesantes, pero no lo está de Harveys Pekar. 

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