Agosto se suicida


Fiel a su costumbre, y como todos los años por estas fechas, Agosto se suicida. Lo hará exhausto, tras haber derrochado treinta y un días en demostrar inútilmente su existencia, porque el Mundo –que no sus placeres- está empeñado en hacernos creer que Agosto es mentira, una estratagema comercial más parida por algún genio del retail, como San Valentín o la Semana Blanca. Pero no: Agosto existe -yo lo he visto- y, harto y espantado, se quita de en medio. Este año lo hace con algo de ruido, llevándose consigo el ensimismamiento que regala siempre, esa agradable modorra que nos ata al dolce fare niente que tal vez merecemos pero que no permite apreciar como merece la sucesión de hechos que han manchado, alega Agosto en su nota de suicidio, su vida. Ya no hace falta mandar a los mercenarios a saquear Roma, pues su botín viene, más motu proprio que nunca, a la capital del Reino; y tanto da que los mercados preñen otoño, que ardan Londres o Trípoli o que lluevan rayos y centellas, porque Agosto es un mes pertinaz, que susurra volutas de arena, sopla incansable nubes de espuma de cerveza y se perfuma con salitre mientras el Mundo, también obstinado, le golpea hasta hacerle claudicar y arrojarse por la borda una y otra vez, a lo Ganivet; y es entonces, cuando los periódicos recuperan las hojas perdidas en el verano, las escuelas vuelven a la vida, y la expresión ‘Operación Salida’ señala políticos en lugar de carreteras colapsadas, que comenzamos a lamentar el que, tal vez, el Mundo -que es como decir la imaginería católica kistch- merecería ser de otra manera. 

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