Stirling Prize


Al hombre le preguntan y no sabe qué contestar. Si lleva poco tiempo por aquí, puede que no haya oído hablar de ellos. Como mucho, algo de una tregua pero sin saber a ciencia cierta de qué va la vaina: apenas hojea los periódicos que hay en el trabajo y sólo mira tres o cuatro cosas del que le dan en la boca del metro -que es distinto al que reposa en la mesa del locutorio- las pocas veces que coge el metro, y por que se le haga el trayecto más entretenido. Donde nació y vivió casi toda su vida también hay muertos, y bandas armadas que aúllan excusas peregrinas para delinquir. Pero tiene claro, muy claro, que nada de esto iba con él y con los suyos, y que tiene un hijo menos.
Y ahora, esa puerta de modernidad que es la terminal del aeropuerto -premiada, funcional, orgullo de nativos y visitantes- se ha venido abajo. La pretensión de modernidad, de salud nacional -económica, social- se ha derrumbado. Claro que era todo mentira: un país no es un aeropuerto, sea España o Dubai. Otra vez otra furgoneta se lleva por delante a personas. Las razones no existen, las soluciones tampoco. Allá en Europa la Vieja -esa que queremos alcanzar a golpe de autovía y licencias de telefonía y banca por internet- esas cosas no pasan. Lo más parecido en Irlanda, pero es otro deporte, y la comparación no vale. Somos únicos, en este país. No hace falta que nadie venga a jodernos, que ya nos jodemos sólos. ¿Se puede decir que la cosa -la cosa- va bien? Pues se puede decir que no va mal. Hace veinte años eramos la última letra de los PIGS, y hoy, la octava potencia del mundo. Pero eso no nos convierte en un país serio: arranco mi parte de responsabilidad en ello con el convencimiento de que nunca lo fuimos y en la ensoñación de tener otro pasaporte. En un país serio y de buena salud como este, los veinteañeros no dejan explosivos en los aparcamientos, ni los gobiernos tienen miedo, ni las oposiciones niegan la historia, ni los fascistas se manifiestan, y en los días siete y once de cada mes toman más café del habitual para estar más concentrados. Ganas de complicar la vida: si hubiera un dios mereceríamos que nos arrasara por desagradecidos.

Comentarios

Anónimo ha dicho que…
para qué, caeremos por nuestro propio peso

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