El Método Mejide: una entrevista con Risto Mejide



Risto Mejide, el poli malo de OT, ha publicado “El pensamiento negativo” (Espasa-Calpe), un libro en el que vuelca su ideario vital de publicista ingenioso y con mala baba. Una lectura obligada para aspirantes a la fama efímera y consumidores con ganas de que les canten las cuarenta. Pero en las distancias cortas el león no es tan fiero como le –se- pintan, y sí muy inteligente: bienvenidos al Planeta Risto.






Pare a cualquiera por la calle, sean quienes sean el cualquiera y la calle: si tiene un televisor, sabrá quién es Risto Mejide. Sin excepciones. Risto ya es como Chiquito de la Calzada, como el cartero de Crónicas de un pueblo o como Milikito: historia de la televisión, presente y futura. Pasarán años y dará igual los programas que le hayan disfrutado o en los que él haya hecho sufrir, que haya TDT o la tele se haya convertido en un teléfono móvil: Risto estará en los resúmenes de aniversario, en las continuidades, en el YouTube y, sobre todo, en el imaginario colectivo de una generación que ha tenido como maestra a la caja no-tan-tonta y que sabe y acepta que -da igual que sean los Tours ganados por Indurain o un guardia civil disparando al techo del congreso- si sale en la tele, ahí se queda. Siempre que el producto –ese producto que Risto pone, con más o menos fortuna, como meta a los participantes de OT- sea bueno, claro. Y en el caso de Risto, lo es. 


Estrella mediática sin proponérselo, azote de adolescentes con ínfulas de cantante e ingrediente básico en el cóctel del share de las noches de Tele5: Risto Mejide (Barcelona, 1974) no es sólo un juez de rigor y carácter bíblicos en ese fenómeno de la televisión que es Operación Triunfo sino, también, un publicista de alto standing con master por ESADE, y un fenómeno ensalzado y denostado en más de 750.000 páginas de Internet (filtradas con comillas); es el león Risto, Risto el Cruel y Risto el Hacedor de Productos, menos fiero de lo que lo pintan y de lo que se pinta, más persona que personaje. Y listo, muy listo. E inteligente: lo suficiente como para dar un paso al frente y verter su ideario en un libro, Pensamiento negativo (Espasa), repleto de verdades, medias verdades y aforismos. Un libro de autoayuda avant-la-lettre en el que, claro y sin querer queriendo, también sale OT 


El libro, que anda aupado en los puestos de honor de las listas de los libros más vendidos, descubre –para quienes no le conocen, para los que sólo han comido el yogur que, en forma de malvado de tebeo, el mismo Risto les ha dado- a un tipo muy inteligente, con las ideas muy claras, que escupe titulares con la misma facilidad y puntería con la que masacra los gorgoritos de los aspirantes a Bisbal. Risto, el juez Risto, emplea su olfato de publicista y sabe, usa, sufre y vende la importancia de la hipocresía en esta sociedad nuestra de la imagen. Risto, el juez Risto, es también seductor en el primer plano, en el cara a cara: un poco nihilista, un poco chulo, y orgulloso de haber dado a la imprenta un compendio de verdades del barquero, trufadas con algo de autobiografía y un carácter narrativo que –por lo bueno, por lo válido- ya quisieran para sí otros muchos “literatos” venidos del otro lado de la televisión. 



Tiene que haber algo que no hayas dicho o no te hayan preguntado sobre Operación Triunfo… 


Pues no lo creo… Es increíble, me pasé todo un año hablando de OT, estaba harto. En realidad, en el libro empleo la excusa de OT para hablar de otras cosas. 


Eres un publicista de talento: danos un claim para el libro. 


“Una apología del fracaso”. Es el fundamento del libro, compartir que, realmente, es el éxito lo que paraliza el mundo y el fracaso lo que lo mueve.

¿Te compensa que el personaje popular tape a este publicista de pedigrí que ha juntado 180 páginas de reflexiones y latigazos? ¿Sufres una cierta dicotomía?


Es una dicotomía necesaria. Los prejuicios son mayores, cuanto mayor es el medio en que actúas. Yo actúo en un medio que tiene mucha repercusión, y es lógico que haya gente que cree que me conoce y que, lo que conoce, no le interese o no quiera saber más. Es lógico. Además, la complejidad no está hecha para la televisión. 


Y cuándo caminas por la calle, ¿se te acerca la gente? ¿Qué reacciones despiertas? 


Se te acerca la gente a la que le gustas, a la que no se mantiene al margen. Es una popularidad transitoria. Yo no he venido aquí para ser famoso: trabajo para hacer famosos todos los productos en los que trabajo. Ese es mi trabajo como publicista. Por un tiempo, de una manera transitoria y circunstancial, he decidido aplicar sobre mí lo que aplico sobre los productos, y me ha salido bien, más o menos, con un relativo éxito. A partir de ahí es dónde yo hago la reflexión, en que baso el libro, de que realmente la fama no es nada, de que lo que hay que perseguir es el prestigio, de que somos carne de cinco minutos de fama y punto, de que estamos locos de perseguir eso, de que en realidad lo más frecuente en nuestra vida es el fracaso y no el éxito… Esto es algo que sucede un poco a todos los niveles, y que hay que vivir con ello, y hay que vivirlo bien. El cómo vives los fracasos es la diferencia entre el que fracasa y el fracasado. 


Me llama la atención tu rechazo a Internet, como medio, como cajón de resonancia de todo, contra la participación y la democratización que conlleva…


Internet ha democratizado la mediocridad. Le ha dado la misma importancia al columnista que escribe algo con conocimiento de causa que al tipo que, justo debajo del artículo, lo comenta. Yo creo que debería haber una cierta meritocracia en Internet. No todas las opiniones valen, no todo el mundo puede opinar sobre cualquier cosa, y yo el primero. Es mi percepción de publicista, que somos probablemente la profesión más superficial que existe. Pero por necesario: yo le hago una campaña a un político y al minuto siguiente, estoy haciendo una campaña de compresas. Si tuviera que profundizar en cada cosa me volvería loco. Y eso llevado a Internet hace que la gente se sienta con derecho y obligación de dar su opinión. Afortunadamente, yo creo que esto se va a regularizar. Cada vez nos vamos dando cuenta de que tener un Google que te lo muestra todo no es tan importante como tener a alguien que te muestra una parte de lo que a ti te interesa. Alguien que te coja todo el batiburrillo que hay y te quite la mierda porque, ¿cuánta mierda hay en YouTube? Lo que interesa son los diez vídeos más vistos y el resto son basura. Cada vez va a ser más importante el criterio, y yo creo que Internet está poniendo en evidencia la vuelta del criterio.


¿Y ese criterio quién lo puede aplicar? 


Creo que el criterio es como la confianza, uno la otorga a quién quiere, y por el tiempo que quiere. Por ejemplo, yo le otorgo la capacidad de influir sobre mi criterio a cierta gente, a personas conocidas o no. Ahora hay muchos más criterios disponibles y eso es una ventaja, no hace falta que te creas las noticias que traen los periódicos, puedes ir a contrastar la información a Internet. Pero eso requiere un ejercicio muy maduro: el de la elección de criterio, es decir, ¿con qué criterios me voy a quedar? ¿Me voy a conformar con el primero que viene y con eso ya funciono, que es lo que hace la mayoría de la gente? Y si eso sucede, acaban mandando los cuatro grupos mediáticos de siempre. Creo que frente a tanta información se nos exige una responsabilidad de búsqueda de criterio: somos más responsables de nuestro criterio que nunca en la historia. 


Y tú, tanto en la televisión como en tu libro, ofreces “criterio”, tu manera de ver y vivir las cosas… 


En la televisión me he hecho conocido por aplicar mi criterio. Lo que me han remunerado es que yo vaya a un programa de televisión y diga lo que yo pienso sobre lo que está ocurriendo en un programa, y eso es así y eso es cierto. Es decir, desde la manera en que me expresaba hasta los contenidos han sido parte de un criterio, y este libro es exactamente lo mismo: es un criterio, una manera de ver el mundo. No tengo sesenta años, o cincuenta batallas en la guerrilla de las FARC como para poder escribir un libro de memorias, ni mucho menos: pero sí creo que lo único valioso que puedo ofrecer es mi punto de vista como ser humano, un punto de vista que intento que esté poco contaminado. Lo intento sinceramente, otra cosa es que lo consiga. Pero sí es lo más valioso que tengo ahora mismo, y este libro es ese punto de vista. 


Para ti, la televisión es el último reducto de la democracia. 


Totalmente. Hoy en día, los espectadores son muchísimo más poderosos que los votantes, porque votan muchas veces al día, no cada cuatro años, y deciden sobre muchos productos, que son fabricados por empresas que emplean a gente, que dan trabajo, inciden en el paro y en el consumo… Los espectadores están decidiendo sobre la economía y la sociedad de un país, más en una sociedad como la nuestra donde el 98% de los hogares tiene un televisor en casa. Creo que es lo más democrático que existe porque le hemos dado ese poder. No porque lo merezca, sino porque se lo hemos dado. 


¿Y qué puede matar a la estrella de la tele?


La saciedad. El lado oculto de la televisión es que quema todo lo que toca. La gente del medio más inteligente que he conocido durante este último año es la gente que sabe “no estar”, cómo guardarse y refugiarse de la televisión. Porque la televisión lo quema todo, es como el sol: si te quedas demasiadas horas, la has cagado. Y el rato justo, está bien, es un bronceado. 


Ahora hay una eclosión de programas de talentos, que andan a la búsqueda también de su propio “sargento de hierro”, su propio Risto ¿Qué se siente al ser el primero, el original?


No me reconozco nada en el resto de jurados, y, bueno, yo he sido muy positivo con los chicos de OT muchas veces, lo que sucede es que la gente no lo recuerda. He estado defendiéndoles, diciéndoles lo que se iban a encontrar fuera, he hecho muchas cosas por su bien, he estado hablándoles del mercado, acercándoles una realidad que tarde o temprano les iba a caer encima y, bueno, haciendo lo mejor que podía. Creo que la gran diferencia es que yo no estaba interpretando ningún papel. De hecho, cuando me han ofrecido en algún otro programa el ir interpretándome a mí mismo, ha sido un desastre porque yo no sé interpretarme a mí mismo. Soy el peor actor del mundo y creo que eso se ha visto también. No vende la bordería, vende la honestidad. 


Pero has roto el molde… 


Pero funciona por el contraste. El mérito no es mío: el mérito es de un programa que lleva cinco ediciones con una capacidad única de generar audiencia que tiene. Es decir, yo doblo el share, de acuerdo, pero parte de un 22%: ese programa sólo, ya funciona; yo sólo le di un punto. En televisión funciona el contraste, es como el top less: vas por la playa, ves una tía en top less, es normal; vas por la calle, ves una tía en top less  y ya no es normal. Lo que funciona es el contraste. 


¿Cómo es tu canal de televisión ideal? ¿Qué debe tener? 


En general, me gusta la inteligencia, que hay poca. Cuando reconozco algo inteligente me quedo cautivado. Me cautiva la inteligencia en cualquier otra cosa. Y ojo, que lo que a mí me parece inteligente a otros les puede parecer una chuminada pero, también depende del nivel de inteligencia de cada uno. Hay una serie de Allan Sorkin, Studio 60, en Canal +, que me parece una de las series más inteligentes que he visto en mi vida, con unos diálogos muy cáusticos, muy rápidos, de lo mejor que he visto. Me gusta La Sexta, me parece que lo está haciendo muy bien. Wyoming y El Intermedio me parecen un lujo, Sé lo que hicisteis, Buenafuente… Cuando hay tres ó cuatro programas de la misma cadena que te gustan, te da buen rollo.  


¿Te ves en una isla de los famosos, adelgazando y hablando con las piedras?

Me quiero demasiado para hacerme eso, y me lo han ofrecido. Afortunadamente, no hago todo esto por dinero. Me respeto mucho como para meterse en un lío de esos. Creo que hacerlo es tenerte muy poco respeto, y el respeto tanto a ti mismo como  a los demás se pierde muy fácilmente, hay que conservarlo y cuidarlo mucho. 


En el libro, arrojas un desafío al lector, al que preguntas si es lo que quería ser. ¿Risto Mejide es lo que quería ser? 


Seguramente sí. Hay una escena en Forrest Gump, en la que le preguntan qué quiere ser de mayor y él contesta, “pero, ¿no voy a ser yo?”. Creo que lo más difícil que puede marcarse el ser humano como meta es ser el único dueño de sus expectativas. A lo largo de tu vida te están creando expectativas, todo el mundo va poniendo expectativas en ti y es muy difícil desembarazarse de ellas. Yo lo que quiero ser es el dueño de mi vida. Eso es lo más complicado, que nadie te cuele sus expectativas. Ni los publicistas ni los políticos. 


¿Y tú eres el dueño de tu vida? ¿La tuya es la vida que quieres?


Estoy en el camino y me quedan años y años para conseguirlo, pero estoy disfrutando mucho toda esta experiencia. No soy una persona que esté anclada ni en el futuro ni en el pasado, así que en ese sentido tengo bastante suerte, porque voy disfrutando a cada paso. Ahora mismo, quiero vivir esta época de exposición mediática, y disfrutarla todo lo que pueda, y como quien disfruta de una fiesta. Sabes que en algún momento se va a acabar, y mañana tendrás resaca o no, pero de momento disfrutas sin pensar “hostia, mañana a las 4 tengo que llamar a tal”… Esto es un poco lo mismo. Estoy bailando… 




Nota: Entrevista realizada en el hotel Fuster de Barcelona en mayo de 2008 durante la promoción de El pensamiento negativo, el libro que Risto publicó con Espasa-Calpe y de cuya promoción barcelonesa me encargue.



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