Hábitos de lectura



Aprecio en lo que vale la gran fortuna que tengo de encontrarme frecuentemente con las reflexiones -en forma de artículos- de personas inteligentes, cultas, divertidas y sagaces que me hacen pensar y decir, tras leerlas, "qué cabrón/a. Lo ha vuelto a hacer". Eso me ha pasado hace unas horas al encontrarme en las páginas de mi periódico -sí, le sigo considerando mi periódico- con Manuel Rodríguez Rivero y Quiero y (no) leo (la pieza la puedes leer aquí). Y fue terminar de leer este "Lo ha vuelto a hacer" y no evitar envalentonarme, pedir una segunda cerveza, cambiar mi silla de ubicación para que el solazo mediterráneo no arrancara el blanco de la página del periódico y, lo más importante, revolverme en esa silla de puro placer anticipado, advirtiéndole a ella con un "Verás, verás" que supuso relacionado con la Champions League Esa. Craso error advertirle de nada.
Básicamente, sostiene MRR que un lector que vive en pareja lee menos que cuando era soltero (y lector); que cuando llegan niños, se lee un poco más (pero menos que cuando se era soltero); y que lo que se lee es, sobre todo, novela (esa hermana mía con la que no me llevo tan bien estos últimos años). La de MRR es una reflexión sustentada en una encuesta organizada por una revista francesa y recientemente publicada, en datos empíricos, así que no se fundamenta -le argumento- en una percepción personal suya, por más que sea -como yo- de esas gentes a las que si les quitas un libro les quitas el aire. Digo “revista francesa” con mucho énfasis y sonoridad para apelar a la francofilia de ella, tan fuerte como la yanquifilia mía, y así lanzarme en tumba abierta en un discurso que, punteado por extractos de la pieza de MRR (aunque la mitad de ella sea sobre la amistad al hilo de Facebook, y ahí no tengo cuentas pendientes), decir que así es, que el amor cercena el ansia que muchas personas –entre las que me incluyo- tienen por sentarse, pedir silencio e –igual que otros orquestan- leer y leer y leer. Y, cierro mi exposición distrayéndole para que se encuentre con el final que es mi lloro: no es –ni la de MRR ni la mía- una opinión machista; los estudiantes fran-ce-ses de la encuesta son de ambos sexos (o de todos, qué se yo); y, por supuesto, luz de mis días, no hablo por mí, que leo cuanto quiero.
Ella ha callado, ha aguantado los envites, ha encajado los golpes y no ha fintado una sola vez. Como Alí en Kinshasa (una historia contenida en un libro excelente para solteros, casados y toreros). Y como a Alí en Kinshasa, le basta un solo golpe, uno sólo, para lanzarnos a Foreman y a mí a la lona por fanfarrones. El último golpe. Ella lee más y mejor que Foreman. Siempre lo ha hecho. Antes, ahora y después. Pienso en la lectura que descansa en mi mesilla, y visualizo la portada de la suya. Otto Binder y Wayne Boring contra Maruja Mallo. Ah, y además tiene una foto de Alí presidiendo nuestro salón.
Extiendo el periódico ante mí para taparme con él. Ella hace lo propio con su cara revista inglesa. Se lee, MRR, se lee.

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